La cuestión del matrimonio igualitario y la adopción por parte de parejas homosexuales en Colombia ha alcanzado tal exposición, argumentación y atención como nunca antes. Donde hace unos años no se podía mencionar la palabra “gay” sin atraer miradas odiosas y gruñidos de desapruebo, ahora hay un espacio para debatir el tema, que trata más de los derechos de todo ciudadano, de la igualdad y el desarrollo social, que de asuntos religiosos o pseudo-morales.
Pero tantas personas lo convierten en un argumento religioso, asegurando a todo quien escuche que Jesús y la biblia dicen ésto y lo otro en contra de la homosexualidad, cuando en realidad, no hay nada que lo prohiba o lo clasifique como inmoral; ahora, que el Vaticano o el curita de la iglesia del pueblo lo crean pecaminoso, es otro asunto. Pero aún con las advertencias de la iglesia, me parece difícil creer que el Jesús que tanto veneran y citan como amante de la hermandad, la paz y la igualdad, daría su espalda a la comunidad LGBTI únicamente por sus preferencias sexuales. ¿Será que Jesús era así de entrometido?
Realmente, por mi parte, no entiendo el dilema, porque por más que lo pienso, y pregunto, todavía no sé qué es lo que le molesta tanto a la gente: ¿es el sexo como tal? Porque si lo es, ¿quién es uno para involucrarse en la vida sexual del otro? ¿Y acaso no hay parejas heterosexuales que hacen cosas que a otros les puedan parecer inmorales o malas? ¿O será porque los obligaría a ver algo que les incomoda? Pues, si es porque les incomoda, me pregunto entonces por qué no les incomoda tanto ver niños y ancianos mendigando en las calles, madres embarazadas, desplazadas, viudas, cuidando de sus bebés en una acera, mientras todo el mundo les camina por encima. Me pregunto por qué no arman tanto escándalo al ver la bajísima calidad de vida de muchos colombianos; sin buena alimentación ni agua potable, sin servicios básicos, sin un sueldo decente, sin educación, sin optimismo.
Entonces sigo buscando razones. Mucha gente argumenta que un niño no debería ser criado por dos personas del mismo sexo, que es dañino para un infante crecer en una casa sin un papá y una mamá. Pero no veo cómo disminuir la tasa de natalidad puede ser algo negativo, especialmente cuando hay tantos niños huérfanos y tantas parejas homosexuales queriendo adoptar. Quisiera que alguien me diera una explicación, razón o lógica—aparte de sermones religiosos—que defendiera ese punto de vista, el que dicta que crecer con dos padres del mismo sexo, ya sean dos hombres o dos mujeres, puede ser peor que crecer sin padres, o sólo con uno, o con una madre adolescente. No olvidemos que la iglesia también nos dice que el uso de condones y anticonceptivos es malo e inmoral, y que actualmente, Colombia tiene una de las tasas más altas de embarazos adolescentes en Latinoamérica.
Me sorprende y entristece que con tantos problemas sociales, políticos y económicos que hay en Colombia, lo más grave para una gran parte de la población sea la homosexualidad. ¿Cómo es que gastan tanta energía en algo que a la mayoría no les afectará directamente? ¿Cómo es que un padre es capaz de rechazar a su hijo por ser gay, cuando en nuestra cultura se suele defender a un familiar que haya cometido un crimen, que haya herido a otra persona?
No me cabe en la cabeza el por qué de esta lucha tan absurda en contra de la homosexualidad, en contra de la humanidad, de los derechos, de la vida cotidiana de las personas. No entiendo cómo causa tanta polémica en un país supuestamente tan innovador, que mira hacia el futuro. Pero después lo empiezo a entender cuando, por ejemplo, oigo a una señora de clase alta y baja educación, “de buena familia” como les gusta decir aquí, diciéndole a su hija que “tal personaje sí es indio” o que “ese negro sí que es tal cosa”, como si esas clasificaciones fueran necesarias para demostrar su “clase”. Y al darle tan mal ejemplo a su pequeña hija, esa señora está mostrando la imagen opuesta de lo que quiere proyectar: su falta de educación, de consideración, de aceptación, y esa ridícula necesidad de creerse superior a los otros, únicamente por el color de su piel y su dirección. Y tristemente, ésta actitud impregna generaciones y círculos sociales, ciudades y países: es por eso que el cambio tiene que generarse en cada individuo, en su propia consciencia.