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Mompox: Viaje a la Isla que el Tiempo Olvidó

Nuestro recorrido de seis horas de Santa Marta a Santa Cruz de Mompox nos llevó desde las bahías de la costa Caribe hasta las sabanas del río Magdalena, oscilando entre los departamentos del Magdalena, el Cesar y nuestro destino en el sur del Bolívar.

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Mapas mompox

Es interesante bajar desde la costa hasta los ríos de la sabana, ver cómo cambian los paisajes, la vegetación, la humedad y la velocidad de la vida cotidiana. Pero un constante es el vallenato, que se escucha desde las montañas áridas que rodean las bahías de Santa Marta hasta las ciénagas y pantanos que rodean la isla de Mompox.

Viajamos de la zona bananera a la ganadera por carreteras curvas y planas, pasando al lado de bicicletas y burros, usualmente cargados con más de un pasajero y mercancías de toda índole, esquivando vacas que cruzan de un potrero a otro arreadas por vaqueros–niños y hombres–que van tranquilamente a caballo luciendo sus sombreros vueltiaos.

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Cruce del río en Santa Ana, Magdalena

Atravesamos un pueblo tras otro, sintiendo el cambio en el aire, de la brisa salada del litoral al aire húmedo de las planicies, parando primero en Bosconia y luego en Santa Ana, donde cruzamos un pequeño brazo del río para llegar a la isla de Mompox.

Santa Cruz de Mompox

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Calle Real del Medio

Este antiguo pueblo fundado en 1537, nombrado Patrimonio de la Humanidad en 1995 por la UNESCO, resuena en la memoria de Colombia como una isla cargada de historia, que ha presenciado todo desde la Inquisición hasta batallas lideradas por el mismo Bolívar, y que fue olvidada por generaciones y gobiernos.

Llegamos después del medio día y empezamos nuestro recorrido por la Calle Real del Medio, vía principal que atraviesa el centro histórico donde, caminando entre los talleres de filigrana y oro, nos asombramos ante las viejas casonas coloniales, tan bien preservadas como se puede esperar de un pueblo atrapado en la humedad y el olvido. Por años, Mompox pareció estar estancado en el aire quieto de la Depresión Momposina, que evita que la brisa refreseque sus largas calles de aceras altas y tejados cerámicos.

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Hoy, Mompox está recuperando algo de su vieja gloria gracias a sus atractivos para turistas tanto nacionales como extranjeros, quienes se ven recorriendo las calles lentamente, sudando abudantemente, admirando las viejísimas iglesias, paredes despintadas, y ventanas y puertas coloridas que adornan el centro y evocan imágenes del realismo mágico de García Márquez y las historias de amor que nacieron en el Magdalena.

En el centro histórico se respira la tranquilidad que inevitablemente resulta del calor y la humedad de la región. Sus habitantes pasean en bicicletas o motos, evitando caminar las largas cuadras en las horas del día. Los moto-taxis pasan recogiendo y dejando pasajeros en las diferentes plazas y parques del centro, todas rodeadas por edificaciones cargadas con capas de pintura centenaria. Los pocos transeúntes que se atreven a caminar buscan la escasa sombra que dan los techos, siempre a la expectativa de la próxima limonada o bolis de corozo para refrescarse.

Aún con muchas de sus antiguas estructuras bajo mantenimiento, especialmente aquellas a lo largo del río, la belleza de los balcones y terrazas, de las cúpulas y los arcos en las iglesias, sobresale tras la lona verde que intenta esconder estos secretos arquitectónicos hasta que estén en condición óptima para enamorar, como lo hicieron alguna vez.

Pero más allá de las casas e iglesias, los parques y sedes gubernamentales e institucionales de Mompox son realmente tesoros históricos, rebosando con relatos de una Colombia que luchaba por su independencia y reconocimiento como República. Sus capillas y patios cuentan de la época de Simón Bolívar quien, después de la Campaña Admirable en 1813, declaró que si “A Caracas debo la vida, a Mompox debo la gloria.”

La Ciudad Valerosa fue la joya del Magdalena hasta los 1800, pero a comienzos del siglo XX se sedimentó y cerró su brazo del río y el comercio fluvial fue desviado hacia Magangué, dejando a Mompox olvidado, abandonado con su arquitectura colonial, un recuerdo imponente y permanente del pasado ilustre de la isla. 

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Pero su pasado y númerosas iglesias construidas siglos atrás valorizan a Mompox, especialmente para el turismo religioso y cultural. En Semana Santa, miles de creyentes y personas interesadas en la historia y costumbres religiosas del país viajan al pueblo para las elaboradas celebraciones de la Semana Mayor del catolicismo, conmemoradas con procesiones y serenatas a los difuntos, las cuales dicen practicarse en la isla desde mediados del siglo XVI.

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Mompox ahora intenta recuperar lo mejor de su pasado e incorporarlo a una ciudad moderna e incluyente para los visitantes. Está mejorando el acceso a información para los turistas, al igual que el acceso a la isla como tal, que ya cuenta con un puente por el lado de El Banco, Magdalena, facilitando la entrada terrestre.

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Con el desarrollo del turismo, la gastronomía de la isla también ha podido crecer, evolucionar y experimentar. Fue la comida que nos llevó a tomar moto-taxis y caminar más lejos de lo que nos exigían los sitios de interés turístico para disfrutar platos tradicionales como el pato, el bocachico, el galápago (tortuga de agua dulce), el queso momposino (allá conocido simplemente como queso de capas) y el suero, que se puede comprar por cucharadas al lado de la carretera. La curiosidad gastronómica también nos llevó a restaurantes más modernos como El Fuerte, donde un chef austríaco prepara deliciosas pizzas en horno de leña.

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Con sus incontables encantos culturales, gastronómicos y arquitectónicos, Mompox se está convirtiendo en un componente esencial de una Colombia abierta al turismo y orgullosa de su legado histórico. Pero la historia religiosa, la amabilidad de la gente y el patrimonio arquitectónico son sólo una parte del atractivo de Mompox y la región sabanera del Magdalena: su entorno natural es tan rico como su historia, e igualmente bien preservado.

Ciénaga del Pijiño

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Sabíamos que no nos podíamos perder de un paseo por los pantanos del río, entonces embarcamos en una canoa a las 3:30 de la tarde con rumbo a la Ciénaga del Pijiño, a unos 45 minutos a paso lento del centro. Durante el recorrido vimos numerosas aves acuáticas preparándose para la noche con las últimas horas de luz, pescadores recogiendo sus redes y niños jugando en las tibias aguas pantanosas.

Después de un descanso y unas cervezas frías a las orillas del pantano, regresamos a Mompox acompañados por los colores vibrantes del atardecer, las iguanas silueteadas en las ramas altas de los árboles y la fresca tranqulidad que trae la noche.

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Con el sol oculto, la humedad es más tolerable y disfrutamos de caminar por el centro en la noche, admirando las estructuras iluminadas por la luz tenue en las calles que dan la impresión de ser faroles de vela o aceite, aumentando el sentimiento de antigüedad que reina en las amplias esquinas.

Regresamos vía Magangué para tomar el ferry que sale de La Bodega y navega por el Magdalena. De allí viajamos a Barranquilla y de nuevo a Santa Marta.

Mompox es un destino único y mágico para no perderse; como un espejo del pasado y un reflejo del futuro, abarca lo mejor de dos mundos que lo atrapan en el medio. Mompox, la Valerosa, se disfruta más cuando se olvidan el reloj y el calendario y se permite empaparse de su misteriosa realidad, tan ajena a la realidad externa, y que parece desvanecerse al salir de esta isla encantada.

Escritura Creativa

6 thoughts on “Mompox: Viaje a la Isla que el Tiempo Olvidó”

  1. LAURA RESTREPO ORTEGA; En mi condición de mompoxino de nacimiento y siguiendo las sabias enseñanzas de Marco Tulio Cicerón de que “NO HAY DEBER MÁS NECESARIO QUE EL DE DAR GRACIAS” , recibe con sinceridad y afecto nuestra imperecedera GRATITUD por tu objetivo y emotivo comentario sobre la Ciudad Valerosa y su entorno de la Depresión Mompoxina, titulado “Viaje a la Isla que el Tiempo olvidó”.

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