—Encontré un pasaje barato y salgo esta noche para Barcelona —me dice mi amigo de Israel una mañana en Salvador de Bahía, Brasil, mientras sacaba de su mochila todo lo que no iba a necesitar en Europa pero que fue esencial para su último año en Sur América.
Existen personas así que pueden ir de un continente a otro con sólo unas pocas horas de anticipación, pero yo no soy una de ellas. A veces pienso que me gustaría ser así, pero la verdad es que me gusta programar mis viajes, y aunque evito investigar mucho de mi destino, porque me gusta sorprenderme y descubrirlo a mí manera, rehuso llegar a un lugar que no conozco a dar vueltas buscando dónde dormir.
Antes de llegar a Manaus en octubre del 2015, ya tenía una idea clara de mi ruta y horario. Y sí, a veces he querido cambiar de planes, perderme un vuelo o irme sin dar aviso, pero me he desviado muy poco del viaje que tracé en mi mente y en mapas después de mi primera visita al Amazonas en el 2012.
Para viajar lento y barato, y conocer la cultura y aprender el portugués de Brasil, siempre escojo el pasaje más barato aunque lo tenga que comprar con dos meses de anticipación, y el descuento en alojamiento aunque tenga que comprometerme a quedarme a “largo plazo” (de diez días hasta un mes). Hasta ahora, me siento segura que mi ruta me ha llevado justo adonde necesito llegar.
Lo que pasa también es que igual no me gusta acomodarme mucho porque cuando estoy cómoda se me olvida que una de las cosas que más me gusta de este viaje y mi vida nómada en Brasil es el movimiento en sí. Además he aprendido que la incomodidad produce creatividad, curiosidad, y productividad, mientras la comodidad se convierte en complacencia y la consolidación de rutinas repetitivas.
Después de vivir en seis países diferentes en cuatro continentes, no sólo me he acostumbrado a desacomodarme sino que me gusta. Es más, me encanta. No hay nada como llegar a un lugar nuevo, desempacar, empezar de cero, y volverme a ir, volverlo a hacer. Es casi como si me gustara la comodidad, pero no tanto; casi como si me gustara la estabilidad, pero no en serio; casi como si me quisiera quedar quieta, pero no lo suficiente para hacerlo.
Con cada año que pasa, cada ciudad, país, río y playa, crece mi gusto por moverme y cada vez me muevo más despacio y con más tiempo, con calma, sin forzar los descubrimientos que sólo se hacen viviendo lejos de casa. He seguido mis caprichos por este universo paralelo por casi un año, en el cual no me he quedado más de dos meses en un solo lugar; siempre me estoy moviendo de cama, de cuarto, de hostel, de ciudad, de estado, de latitud, de playa.
A ese ritmo, y en un país tan grande como Brasil, es inevitable pasar horas y hasta días incontables en movimiento: en barcos, lanchas, buses, trenes, carros, aviones… Con mis casi 30 kg de equipaje a los hombros, he caminado kilómetros por calles empinadas, empedradas, de tierra y de asfalto, subiendo y bajando escalas, peleando por espacio en las horas pico, sonriendo ante las miradas atónitas de aquellos que no se explican qué hago sola con esas mochilas, en esa ruta, sudando, bajo el sol o la lluvia, siempre con un paquete de castañas o sequilhos en la mano. Nadie se imagina que estoy esperando otro bus, otro tren, otro mapa que me lleve al próximo destino, cualquiera que sea.
El transporte—el movimiento—ha sido un factor contundente en mi viaje, aunque muchas veces sea descartado como algo necesario pero sin trascendencia, una forma inescapable de escapar de lo que sea que estoy huyendo—¿o encontrando?—en este viaje sin comienzo ni fin.
Pero son esos mismos momentos en que el sentido de aventura realmente se apodera de mí. Cuando estoy en una carretera esperando que pase el bus, o en la terminal esperando que otro salga; cuando llego a una ciudad nueva y me la paso leyendo los nombres de las calles, repasando los mapitas dibujados en mi libreta de apunte… Son esos los momentos en que la adrenalina y la emoción se encargan de llevarme hasta mi destino a pesar del cansancio y el hambre, de las ganas de un baño que no se mueva y de dormir en posición horizontal. Son esos momentos los que realmente marcan este viaje que me está llevando a conocer este país-continente. Y seguiré devorando mapas e imaginando rutas hasta que llegue el próximo bus.